Breve historia del vibrador

Un vibrador no es un aparato con el que una esté familiarizada desde niña, al menos en mi caso, no. Estudié trece años en un colegio religioso y en mi familia, sin ser completamente conservadora, tampoco se podía hablar de sexo sin sentirse incómodo. De manera que mi primer encuentro con un vibrador fue una suerte de travesura. Caminando por las calles del centro, iba con mis amigas de la universidad y nos encontramos una sex shop. Recuerdo que al salir me quedé con una idea vaga sobre los aparatos. Nunca se me ocurrió preguntar más sobre el asunto porque supuse que nadie a mi alrededor podría ampliar la información.

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Después vi un capítulo sobre Sex and The City en el que una de las protagonistas se compraba un vibrador y pasaba todo el fin de semana encerrada disfrutando del juguete. Se veía divertido, pero nunca me dio suficiente curiosidad como para adquirir uno. Hace algunas navidades, con mis amigos hicimos un intercambio temático: juguetes sexuales. Ahí recibí un pequeño vibrador con forma de lápiz labial. Debo confesar que tuve que vencer muchos prejuicios para utilizarlo, pero una vez pasado el umbral, pasó al cajón del buró donde guardo mis objetos preferidos. Sin embargo, más allá de algunos trucos, mi cultura lúdico-sexual es bastante limitada en lo que se refiere a juguetes; muestra de ello es que jamás me había preguntado cómo es que la humanidad llegó a diseñar esa maravillosa pieza de tecnología.

Hace poco, con motivo del próximo estreno de la película Hysteria, el diario The Guardian publicó un artículo sobre la historia del vibrador. Picada por la curiosidad, me puse a buscar más datos en otros sitios y encontré The antique vibrator museum, donde se pueden encontrar fotografías de vibradores antiguos e información muy bien presentada. Resulta que en Inglaterra, a fines del siglo XIX, las mujeres de la alta sociedad victoriana padecían una enfermedad que comenzaba a tomar dimensiones epidémicas: la histeria. Clínicamente, la histeria describía un desorden mental, físico y emocional en las mujeres que requería tratamiento médico. Los doctores "descubrieron" que si aplicaban a las pacientes un masaje en la zona genital, inducían el "paroxismo histérico" (mejor conocido como orgasmo), que liberaba a las mujeres de los síntomas de la "enfermedad". Los médicos debían invertir mucho tiempo y esfuerzo en aplicar el masaje manualmente, hasta que a uno se le ocurrió aprovechar el principio de un pequeño motor de ventilador para producir las vibraciones necesarias. Y santo remedio.

Las mujeres iban y venían a la clínica en repetidas ocasiones para recibir su respectivo masaje. Fue tal el éxito que se promovía como la panacea, incluso era promocionado en revistas como una solución para recuperar la "salud vibrante" y un remedio contra el envejecimiento. Luego, cuando hubo electricidad en las casas, se diseñaron aparatos para que las mujeres lo usaran en la comodidad del hogar. Mientras el orgasmo se mantuvo bajo la concepción médica de "paroxismo histérico" y el placer sexual de la mujer como "histeria", todo iba de maravilla. Sin embargo, a inicios de la década de 1920, los vibradores empezaron a aparecer en las primeras películas pornográficas, y al ser relacionados con el sexo, el placer, el juego y el orgasmo, dejaron de producirse. Fue hasta 1970 que, con la liberación sexual, volvieron a aparecer, ésta vez bajo la concepción de juguetes sexuales. Sin embargo, su diseño estaba pensado como una extensión de la anatomía masculina y no como un aparato concebido desde el placer femenino.

No deja de sorprenderme el daño que en nombre de la razón, la religión y las buenas costumbres, se le ha hecho a la mujer. Me parece increíble que hasta 1960 se pudo hablar abiertamente de la histeria no como una enfermedad, sino como la manifestación del deseo femenino reprimido. A nosotros nos parece absurdo pensar que la única función legítima de los genitales sea la de la maternidad. Pero la historia del vibrador nos recuerda que alguna vez fue así y que en muchas culturas se sigue mutilando psicológica y físicamente a la mujer para privarla de la posibilidad de gozar sexualmente, ya sea con argumentos "científicos" o "religiosos".

Es cierto que en cada cultura y en cada época existen variaciones sobre el tema de la represión y la libertad sexual. En el caso de Latinoamérica, las mezclas culturales y religiosas han dado lugar a distintas concepciones sobre el placer femenino, y también sobre los juguetes sexuales que merece la pena conocer.

Si ahora me da gusto que la película Hysteria traiga a la luz la visión anglosajona, estoy segura que daré de brincos cuando algún valiente se anime a investigar y a mostrar una historia similar desde nuestro contintente; creo que no sólo merecemos conocer la forma en que sistema de valores ha tratado de expropiar nuestro placer sexual, también es muy importante conocer las estrategias de resistencia a las que han recurrido muchas mujeres para conservar esa sensualidad "latina" que, al menos allá afuera, es considerada como un rasgo de nuestra identidad.

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